Qué son las neurociencias.
Reseña de: Agustín Ibañez y Adolfo García, Qué son las neurociencias, Bs As, Paidós, 2015, 204 pp.

El auge de las neurociencias ha dado lugar a un auge de la divulgación neurocientífica. Los libros que tratan de explicar los nuevos conocimientos sobre el cerebro y sus funciones se multiplican en las mesas de las librerías. Si bien la divulgación científica siempre tiene un componente ético-político implícito (acercar y desacralizar el trabajo del científico, por un lado, pero también mostrar ante el gran público la legitimidad de sus investigaciones, proyectos y presupuestos) en el caso de las neurociencias, tal vez por ocuparse del órgano que genera nuestras experiencias, creencias y valoraciones, esto parece potenciarse. En el caso de la difusión de las neurociencias este afán legitimatorio lleva a que la divulgación intente mostrar resultados prácticos inmediatos de descubrimientos que no han sido replicados y que son aun incompletos o parciales. Al hacerlo muchas veces la divulgación genera expectativas exageradas en los lectores respecto de las ventajas y aplicaciones de los nuevos descubrimientos y otras veces directamente coquetea con la autoayuda.
En este contexto, Qué son las neurociencias, escrito por los neurocientíficos cognitivistas Agustín Ibañez y Adolfo García, investigadores del CONICET que trabajan en el Laboratorio de Psicología Experimental y Neurociencias de INECO, posee una primera virtud que lo destaca entre muchos otros libros de divulgación neurocientífica: sus autores no confunden la divulgación del conocimiento neurocientífico con la autoayuda. Un segundo rasgo elogiable es que presenta una visión seria y realista de los avances en neurociencias cognitivas, haciendo accesible al gran público estos desarrollos de un modo claro, inteligente y muy ameno, pero al mismo tiempo abre el juego para el que el lector pueda pensar y cuestionarse acerca de las limitaciones, supuestos y potencialidades de estas nuevas disciplinas, sus métodos y constructos teóricos. Es decir, se trata de una propuesta honesta.
El primer capítulo del libro presenta el marco general en el que se insertan las neurociencias, entretejiendo una genealogía para esta reciente disciplina, en la que se cruzan las prácticas de trepanación egipcias, la medicina hipocrática y diversas teorías filosóficas y psicológicas, que constituiría lo que Ibañez y García presentan como “la historia del narcisimo neural”: el cerebro fascinado por sus propias producciones y preguntándose cómo y de dónde surgen. En algún pasaje se detectan ciertas imprecisiones en cuanto a las teorías que hilvanan la historia pero, sin duda, no hacen a lo central que el libro quiere mostrar. Por ejemplo, el considerar que los ‘espíritus animales’ de la fisiología del siglo XVII son entidades espirituales, cuando en realidad la fisiología de la época los consideraba como elementos materiales que circulan al interior de los nervios, una especie de vapor surgido del calentamiento de la sangre. En este primer capítulo se reseñan también los distintos métodos y tecnologías con los que se investiga actualmente sobre el cerebro y la mente, poniendo de manifiesto sus posibilidades pero también sus limitaciones.
Los cinco capítulos intermedios, del 2 al 6, presentan, a partir de casos, ejemplos cotidianos y buenas analogías, el estado actual de la cuestión sobre distintos tópicos que investigan las neurociencias cognitivas, lo que explica que se hable de ‘neurociencias’, en plural. En muchos casos los datos que se presentan surgen de investigaciones llevadas a cabo por los mismos autores y sus grupos de trabajo, lo que da al libro, amén de color local, la grata impresión de estar recibiendo información directamente de quién la produjo (de la naturaleza a su mesa…). Los temas que se tratan en estos capítulos incluyen: la plasticidad cerebral, la percepción, la memoria y la atención (lo que llaman ‘la mente informada’), la cognición social, la neurolingüística y, por último, las enfermedades mentales y de qué modo estas permiten a los investigadores acceder a valiosos datos acerca del funcionamiento cerebral.
Quisiera hacer aquí una breve digresión respecto de lo que los autores llaman ‘la mente enferma’ y que constituye el tema del capítulo 6. Al leer este capítulo me han surgido varias preguntas. ¿No necesitan las neurociencias un replanteamiento de las ya magulladas categorías de lo normal y lo patológico, habida cuenta de que la plasticidad cerebral y la unicidad de cada cerebro parecen no cuadrar muy bien con los clásicos criterios basados en divergencias fisiológico/funcionales respecto de una media estadística? Estos dos elementos (la plasticidad y la unicidad del cerebro) parecerían tener que abrir la puerta a criterios más centrados en el sufrimiento subjetivo que en aquellas divergencias. En este sentido, y atendiendo a que los nuevos modelos no piensan al cerebro como un órgano cerrado sobre sí sino en constante feedback con el entorno, recordé una vieja definición de lo normal que daba George Canguilhem: «El ser vivo y el medio no pueden ser llamados normales si son considerados por separado» (Le normal et le pathologique, PUF, 1990, p.145). Solo puede afirmarse de un ser vivo que es normal si se lo vincula con su medio, si se consideran las soluciones morfológicas, funcionales, vitales a partir de las cuales responde a las demandas que su medio le impone. Como afirma Canguilhem, «lo normal es poder vivir en un medio en que fluctuaciones y nuevos acontecimientos son posibles» (op. cit. p. 146). En todo caso, sería interesante en el actual contexto de medicalización de la vida cotidiana una rediscusión de estos conceptos, en especial en los ámbitos de divulgación donde más generalmente son dados por supuesto o tomados de modo algo ingenuo.
Finalmente, el último capítulo del libro vuelve sobre el marco presentado al comienzo que, más claramente, toma ahora la forma de una tesis respecto del progreso o evolución en las respuestas que se han dado a la pregunta acerca de cómo se relacionan la mente y el cerebro a lo largo de las diversas metamorfosis del narcisismo neural. La respuesta a esta cuestión iría afinándose/corrigiéndose desde sus versiones más antiguas y toscas en los campos del misticismo, pasando luego por los de la filosofía, la frenología y la psicología y que ahora estaría, ya más estilizada, en el terreno de las neurociencias cognitivas. Pero más allá de la genealogía en que se inserte la cuestión, resultan muy interesantes los límites y desafíos a los que las neurociencias se enfrentan y que Ibañez y García señalan en el apartado de este capítulo que lleva por título “Lado B”. Poniendo el acento en el carácter siempre provisorio de las explicaciones científicas, los autores muestran que a las neurociencias les queda mucho camino por recorrer y que sólo estamos recién vislumbrando lo que sería una nueva teoría que pudiera dar cuenta de lo mental. Una de las mayores falencias que encuentran es la falta de una teoría unificada y unificadora que permita conjugar coherentemente lo que se va descubriendo en las distintas ramas de las neurociencias cognitivas que todavía no han dado con un lenguaje común.
Las últimas páginas del libro vuelven, entonces, a la pregunta original, que concierne tanto a la ciencia como a la filosofía de la mente: pero, entonces, ¿cómo es que el cerebro genera la mente? Ibañez y García confiesan que aun no se sabe cuál es la magia por la que iónes, proteínas, neurotrasmisores y señales eléctricas producen imágenes, melodías, emociones, cálculos y lenguaje. Sostienen, creo que con sensatez, que eliminar lo mental como tal no es una respuesta aceptable, y si bien nombran de pasada el emergentismo como una respuesta razonable y coherente con los desarrollos neurocientíficos, hubiera sido buena idea que incluyeran una presentación aunque sea breve de cómo entienden tal posición y que implicaciancias tendría.
Incluso se animan a una pregunta extrema, que parece implicar el fantasma de la causación mental: dado que lo que las evidencias empíricas nos muestran son sólo una correlación entre eventos neurales y eventos mentales, cuál es el sentido de la relación causal es una determinación que debe introducir el intérprete pero, entonces, “¿qué pasa si invertimos el lazo causal y proponemos que es el proceso cognitivo el que produce la actividad cerebral?” (p. 178). La cosa, en última instancia, termina poniéndose filosófica y nos deja pensando que las relaciones entre ciencia y metafísica siempre han sido complejas, de ida y vuelta, y que en el caso de las neurociencias no estamos frente a una excepción.